Esta mañana tenía que ir a firmar autógrafos, pero las sábanas se me han pegado un poquitín, con lo que cualquier imprevisto que me surgiera retrasaría mi ascenso a la fama.
Segundino, la bicicleta de mi amigo, que a este paso casi casi ya es de mi propiedad, necesitaba que le insuflaran por detrás algo de lo suyo, así que he decidido estrenar el inflador que me regaló Feo hace un tiempo. Pero algo he debido hacer mal porque el resultado ha sido el inverso. Así que como todo tiene solución en la viña del señor, a la gasolinera he ido. Allí, los botones del más y del menos de la bomba me esperaban muertos de risa, señalando mi cara de seta y exclamando un gran “¡Zasca! ¡Averiado!”. Así que he dejado a Segundino abandonado en la cuneta como sé que haríais muchos de vosotros con vuestros abuelos o padres. Crudo, cruel y sin sal.
El autobús ha sido mi siguiente parada. El 3, mi destino. Su conductor, el hombre que me ha devuelto la fe en la humanidad.
Con legañas todavía en los ojos he firmado todos los autógrafos requeridos y he aprovechado para pasar por una tienda a remodelar mi vestuario. Pero no me digáis qué pasa que diseñan una ropa la mar de triste y yo, para levantar el ánimo, buscaba algo más colorido. Con mi ojo avizor he ido tanteando todas y cada una de las prendas. Muchas rallas y poco coloque, hasta que de pronto un jersey gordito, de colores variados, divertido y diferente a los demás, estaba ahí abandonado esperando a que una humilde servidora le rescatara: “Una talla L… mmm, bueno, aunque no es mi talla podemos probar porque con estos fabricantes sin patrón nunca se sabe…”.
Así que en la intimidad del probador, con esa luz y esos espejos que te dicen de todo menos bonita, me he probado el jersey que, efectivamente, me quedaba grande. Entonces, absurda de mí, he pensado: “claro, y ya no hay más porque es el mejor jersey del mundo”, hasta que me he fijado en la etiqueta, de color oscuro, y que indicaba que la prenda era de la sección de hombres. No comments. Le echaremos las culpas a las legañas o a algo que yo aún no sé.
Con toda esta información retorno al hogar, con barra de pan y de fuet bajo el brazo, ya que no hay otra combinación mejor que ayude a llenar mi alma. Con un pesado paquete bajo el brazo que me ha endiñado el portero, decido que compartir es vivir y subo acompañada de una vecina en el ascensor. Me asegura que va al cuarto piso y yo la aseguro a ella que voy al segundo. Así que cuando el ascensor para, abro la puerta, giro el pasillo a la derecha y llego a la puerta de casa. Al ir cargada, sacar las llaves me era algo complicado, así que preferí llamar al timbre y probar suerte, a ver si de casualidad mi compañero Roquetas, joven y lozano, estaba en casa y me abría la puerta. Comencé a oír pasos hacia la puerta y pensé “¡Qué bien! ¡Qué suerte!” y me abrió la puerta. Sí, el vecino viejales, con media dentadura por recuperar, me abrió la puerta, atónito intentando comprender mis explicaciones basadas en un “¡Anda, que estoy en el cuarto pero vivo en el segundo! Disculpe, disculpe”. Creo que, al menos, le he hecho reír sin complejos.
Con estos chistes encima mía, y segura en mi nido, decido ir a rescatar a Segundino, que allí seguía, sin pena ni gloria. Así que con la decisión en firme de cambiar el rumbo de mi fama, he intentando primero alegrarle el día a mi bici y pedir colaboración a los muchachos de un taller cercano a la gasolinera. Estos, muy correctos, han dado aire a Segundino y yo, más que contenta, me he ido a casa. Pero ¡ay, amigos mecánicos! Os pasáis comiendo espinacas… Y es que resulta que a Segundino le han hinchado de más lo suyo, haciendo contacto los frenos con la cubierta. En fin, una manera innecesaria de alargarle el sufrimiento a un viejo bonachón como Segundino. Pero como soy una fiera, he caído rápidamente en la bomba de Feo, que si bien logró deshinchar por la mañana la bici, en esta ocasión lo lograría también. Con lo que final feliz para Segundino. ¿Y para mí?
Bien, guiada por Spotify, he pinchado sobre una canción de Kiko Rivera, al fin y al cabo, ¿podía acabar la mañana de una manera más boba?
Sí, aún sí, insistiendo en llamar a la puerta correcta una vez más. Pero claro, con la mañanita tonta que llevaba el resultado no podía ser milagroso… aunque tampoco caldoso.
Con lo que he decidido contar todo esto en mi blog, acompañada de Ojete Calor a los altavoces, para analizar con precisión el alcance de todos estos hechos y concluir que la gravedad es leve pero que ahí está, como la puerta de Alcalá.